viernes, 16 de marzo de 2012

LA CASA INCOLORA

Foto de CartagoEra la única mancha gris en el color de la tarde, se erguía fría y triste al comienzo de una larga calle rodeada de alegres vecinos, por cada lado una mancha de color, sin embargo allí se alzaba desafiante, heladora rompiendo la armonía del color.
Detrás de las sucias ventanas se adivinaban unas grisáceas cortinas y más allá que... la oscuridad y la nada.
La nada no, la casa estaba fría, sobria y tétrica pero no vacía unas pequeñas siluetas oteaban detrás del cristal, presencias diminutas que apenas recordaban como era la vida fuera de los muros de su hogar. Fantasmas, sí, pero no malvados, pequeños seres que no quisieron marcharse cuando llegó el momento, tuvieron miedo y se aferraron a lo que conocían, pero se sentían tristes y solos porque nadie acudía a la casa y los pocos que pasaban cerca de sus muros apretaban el paso como intuyendo su presencia, sin saber que ningún mal les podían causar, sólo querían compañía sentir el calor de un ser vivo y un poco de comprensión que les ayudará así a cruzar el umbral de lo desconocido.
Cuando peor se sentían era con el frío de Diciembre, al acercarse las Fiestas Navideñas, la calle se llenaba de luz, risas y alegría, todas las casas se engalanaban y se llenaban de brillo y color, todas menos la suya y tras el cristal miraban sin recordar ya la alegría de años pasados, la nostalgia de otras vidas.
De pronto un ruido rompió la atmósfera solemne de la vieja casa y unas voces les sobresaltaron.
- Entonces ¿que les parece?
- Que barbaridad, ¡Vaya abandono¡ Desde luego habrá que hacer muchos arreglos.
- Bueno, no tanto,- sonaba una voz un tanto ansiosa, como deseando salir de allí - piense que es una construcción antigua, sólida, hoy en día no se construyen casas así.
- ¿Antigua dice?, una ruina sería la palabra adecuada- una voz enérgica le dio la réplica- antes de seguir quiero dejar bien claro que en caso de decidirme espero una rebaja sustanciosa.
- Por supuesto, lo tendremos en cuenta- terció la primera voz conciliadora- ahora vayamos le mostraré el resto de la casa y luego hablaremos de las condiciones.
Fuertes pasos resonaron por todas las habitaciones, los pequeños fantasmas asustados se refugiaron en el más oscuro de los armarios temblando de miedo, no se atrevieron a salir hasta que los intrusos se marcharon.
- ¡Vaya¡ ¡que te parece¡ dijo el pequeño fantasma gris, a lo mejor viene a vivir alguien.
- No lo sé contestó un fantasma azul un poco mayor, el de la voz fuerte no parecía convencido.
- ¿ Sabéis? me haría ilusión estar con gente, dijo el dulce fantasma rosa, ya casi no me acuerdo de como es.
- No os hagáis ilusiones dijo firmemente el fantasma azul, que por algo era el mayor, - no creo que venga nadie-.
Pero si volvieron y con la gente el ruido, un ruido espantoso de máquinas taladrando y golpeando que les hacía refugiarse todo el día en el amplio armario.
-¿Por qué son tan ruidosos? sollozaba el fantasma rosa,- Tengo miedo-.
- No temas -dijo Azul- la gente no sabe que estamos aquí, sólo están arreglando la vieja casa.
- No la están arreglando- aseguró Gris- la están rompiendo, ¡Yo quiero mi cuarto como antes¡ 
dijo enfadado, ha desaparecido una pared.
- Bueno, no os preocupéis, de todas formas es lo más divertido que nos ha pasado en siglos ¿no?- rió Azul- ya veremos.
Pasaron muchos días y cuando ya se habían acostumbrado al estrépito de nuevo se hizo el silencio.
Rosa, no dejaba de llorar, porque decía que ya no vendrían más y ella echaba de menos el tener compañía, aunque fuera tan ruidosa.
Una mañana que estaban, como de costumbre, observando la calle por la ventana, oyeron abrirse la puerta, esperanzados y se miraron y de repente se echaron a llorar, pero eran lágrimas de alegría al escuchar unas agudas voces infantiles que gritaban.
¡Alá que casa más grande¡, si tiene un jardín y escaleras.
Y otra voz decía- Mamá, mamá ¿donde está mi cuarto? quiero acostar a Pupi.
Los fantasmas se miraron emocionados ¡ Niños¡ ¡Por fin tendrían con quien jugar¡.
Y desde aquel día la casa nunca más fue gris, sino que se llenó de colores, risas y alegría, los niños eran felices y aseguraban a sus padres que los juguetes tenían vida y se movían por la noche, pero no les daba miedo al contrario, así eran más a jugar.
Azul, Gris y Rosa nunca más se sintieron solos, ayudaron a sus niños hasta que se hicieron mayores y cuando estos se marcharon, al fin cruzaron el umbral que tanto miedo les dio en el pasado, felices de haber sido útiles a sus niños y prometiéndose que allí donde fueran siempre les ayudarían
 


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