domingo, 18 de marzo de 2012

RAICES

foto de MONDREGANESAunque el título suena a serie televisiva sobre la esclavitud en el continente americano, en el caso que nos ocupa son las mías.
Desde pequeña siempre soñé con pertenecer a un lugar, muchos de mis compañeros de colegio tenían un pueblo donde pasar las vacaciones y yo no, la verdad es que los envidiaba, me parecía un lugar mágico lleno de emociones y aventuras, con río donde bañarse y bosques para subir a los árboles, prados donde correr y vacas, animal que para una niña de ciudad casi era mitológico.
Mi padre nacido y criado en la capital los pueblos los conocía de oídas, mi madre que sí había nacido en una aldea de León, hacía mucho tiempo que había roto sus lazos con aquél lugar.
Yo no tenía casa de abuelos, ni yaya campesina que me enseñara a buscar huevos bajo las gallinas, ni abuelo que me enseñara a cultivar el huerto.
Yo escuchaba embelesada a mis compañeros y suspiraba por unas raíces que no tenía ¿Cómo ser especial o diferente si eres de la capital?, yo no tenía rincones secretos ni buhardillas mágicas, ni primos aventureros.
Afortunadamente pude participar dos veranos de aquellas delicias, coincidiendo con mi adolescencia, me "adoptaron" en el pueblo de mi prima, afrancesada ella, madrileña yo, y disfrutamos de dos estíos idílicos, de fiestas en pueblos cercanos, aventuras con mozalbetes campesinos, incursiones en huertas ajenas, siestas en el prado, solo interrumpidas por la llegada de las vacas a beber del río que lo cruzaba.
Durante dos años fui la más aldeana que las tierras leonesas recuerdan, y en ese tiempo tuve raíces, tiernas y débiles pero.. ¡Que caramba¡ ¡Yo tenía pueblo¡.

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