viernes, 20 de enero de 2012

CON UN OJO NEGRO Y OTRO A MEDIO PINTAR

Este pequeño cuento está dedicado a todas las heroínas anónimas, trabajadoras, educadoras, cuidadoras, enfermeras, psicólogas, economistas  y por supuesto hadas,  a todas las
madres que nos esforzamos día a día por ser mejores sin darnos nunca cuenta que para los nuestros ya somos la maga que todo lo puede.

La luz doraba la verdosa transparencia, el mar en calma absoluta, dejaba transparentar los diversos colores de los arrecifes, rojos y azules se alternaban para crear un caleidoscopio mágico. Sonreí a mi compañero y nos sumergimos en las frescas aguas, más que nadar, sobrevolábamos las olas, gritos alegres de los nativos nos rodeaban y llenaban de música el aire. Me sentí feliz y volviéndome a mi adorado le...
    Un ruido discordante, un estrépito horrible inunda mi mundo y me arranca del paraíso. El maldito despertador trayéndome a la realidad. Lo apago, cierro los ojos queriéndome reintegrar a la paz perdida, pero...¡OH NO!, llego tarde, llego tarde. Esta letanía como el conejo blanco de Alicia, me va a acompañar durante los próximos minutos. Como siempre, me juro a mí misma, sabiendo que no lo voy a cumplir, que será la última vez que lo haga.
    Rápido, rápido...¡Gracias a Dios!. Dejé la ropa preparada anoche, bragas, sujetador, medias...¿Dónde está el estuche de las lentes?
    Miro el reloj: el minutero, como siempre, en mi contra, y el frío de la mañana muerde mi piel, ¿muerde?, más bien devora.
    Mientras me ducho empiezo a organizar mi jornada laboral, planificada cada minuto y hasta las conversaciones, esfuerzo inútil, por otra parte, ya sé que no lo llevaré a cabo pero parece que la que me prepara el día...
    Una malhumorada vocecita me vuelve a arrancar de otro de mis mundos.
    - ¡Mamá! –grita con exigencia.
    - ¡Mamaaaa!¡Mamaaa! –empieza a lloriquear.
    Preocupada por las buenas relaciones de vecindad acudo rauda al cuarto de mi tirano.
    El angelito Andrés con los ojos soñolientos me inquiere:
    - ¿Cuándo bajamos a casa de la abuela?
    - Dentro de un momento, duerme un poco más.
    Le susurro, pensando, ilusa de mí, que me daría tiempo a maquillarme.
    - No quiero dormir más...¿Qué haces?
    “¡Encaje de bolillos!”, se me viene a la cabeza y un instante después con la paciencia infinita de LA MATERNIDAD:
    - Estoy arreglándome para ir a trabajar.
    Entonces me dice con una vocecita melosa:
    - ¿Puedo ir al cuarto de baño, contigo?¡Anda, déjame, no quiero estar solo!
    Una alta sombra se interpone en la luz, Jorge, se despereza:
    - Os contratarán los vecinos ¿NO?...porque como despertadores, no tenéis precio...
    Intento fruncir el ceño y ponerme en situación “regañona”, pero las risas de ambos me superan. Sintiéndome en desventaja huyo al cuarto de “arreglo”, me miro al espejo y casi me asusto.
    - ¡Esas ojeras, esos pelos de punta!¿Eso, eso soy yo?
    Respiro hondamente, unas cuantas veces, y comienzo el “alicatado”
    Unos toques suaves en la puerta y una voz cariñosa:
    - ¿Te preparo el Cola-Cao?
    Le doy un beso a Jorge:
    - ¡Gracias, gracias mi amor, prepáralo que ahora mismo voy!
    Unos rápidos pasitos, un leve ruido que enseguida identifico.
    - ¡Andrés, Andrés!¡Ponte enseguida las zapatillas!
    Un pequeño cuerpo entra lanzado:
    - ¡Mamá, me hago pis!¿Puedo?
    - Antes de que me despidan, ¿podría terminar por favor?
    Me vuelvo a mirar al espejo, y esta vez sí que pienso en el... Circo, un ojo pintado y otro no, pero claro me crecerían los enanos.
    Por fin, tras un apresurado adiós, ponemos rumbo a la casa de los abuelos. 
    Llevo a remolque a mi pequeño dormido, y en casa de mi madre se volverá a acostar.
    Tras esta breve parada, de nuevo en marcha, esta vez a la dura lid. Siempre hay un hijo de ... que se me cruza en la rotonda antes de las siete de la mañana en que empieza mi dura jornada.
    Resignación; intento pasar lo mejor posible la condena diaria; siempre hay un momento para el humor, la risa o por qué no el cotilleo con las colegas. Se habla con las compañeras a entregas, interrumpiendo el hilo de la charla. Una y otra vez el sonido del teléfono, oyendo las mismas preguntas y emitiendo automáticamente las mismas frases de respuesta.
    Por fin el momento esperado de liberación a las tres, unos alegres “¡Hasta mañana!” y cada mochuela a su olivo.
    De nuevo la contrareloj, y debo darme prisa si quiero comer algo antes de recoger al peque del cole y hoy es...Martes, “Día de la Biblioteca”.
    Preparo la merienda, iremos andando; la tarde es apacible, otoñal, invita a disfrutar de la última bonanza antes del crudo frío del invierno en que tengo que rascar los cristales del coche con una cinta casete.
    De repente me acuerdo del sueño, será el sol que lo evoca. Pienso debo mirar su significado. No es que sea supersticiosa, pero por si acaso, hago el firme propósito, en cuanto regresemos, de buscar en el libro pertinente.
    Vamos charlando, Andrés hoy está más silencioso que de costumbre. ¿Qué preocupaciones tendrá mi angelote?
    - ¿Qué tal en el cole?
    - Andrés, Andrés cariño... ¿Qué tal en el cole?
    Me mira con expresión lacónica:
    - ¡Bien!
    Debe pensar, ¡qué pelmaza!, insisto.
    - ¿Qué habéis hecho?
    - Matemáticas.
    Así las llama aunque solo son suma y resta...
    - ¿Habéis leído?
    Silencio de nuevo.
    - Andrés.
    - ¿Qué Mamá?
    - ¿No quieres hablar del cole?
    - No.
    - ¿Por qué?
    - ¡Jo, mamá!¿Por qué todos los días me preguntas lo mismo?
    Reflexiono, y me doy cuenta, de que sí, que tiene razón, las madres somos todas un auténtico peñazo, con insistir y fiscalizar su vida... pero, ¿de qué manera podríamos saber...cuál es su mundo?
    De repente, olvidado ya el tema de las clases, me empieza a preguntar, como de costumbre, por todo lo divino y lo humano.
    Y claro yo, ya se sabe, ¡SANTA PACIENCIA!
 
    Llegamos a la biblioteca, ritual de la semana, y como de costumbre, Andrés juega un rato en el ordenador; en casa, dada mi aversión a la informática, está desconectado.
    Aprovecho el regalo de ocio y escojo un Mortadelo para leer, aunque no resulte muy intelectual, es mi lectura preferida para estas tardes especiales con Andrés.
    El tiempo transcurre rápido, y un beso en mi pelo me sobresalta: Jorge acaba de llegar a la biblioteca.
    - ¡Hola cariño!¿Qué tal el día?
    Es el suyo un cariño tranquilo, hogareño, seguro, lejos de la pasión turbulenta. Quizás de tanto en tanto haya alguna discusión sin importancia. Le miro satisfecha, y suspiro cansada
    - ¿El día? Me rió bien, como todos, (donde está el paraíso de mi sueño) venga vamos a casa, ya es hora de preparar la cena

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